Hablan las paredes
(Cuento, texto completo. Escrito y registrado en SADE en 8/2010, protegido por derechos de autor)
(Cuento, texto completo. Escrito y registrado en SADE en 8/2010, protegido por derechos de autor)
“Hay cárcel blanca para la esperanza
que antes
latía en las paredes.
Murales vivos
que daban gritos
ahora quedaron
muy inocentes.” del tema ‘Don rodillo’.
Un testimonio, un escenario,
un paisaje. Cuadro de nuestros días, que vamos pintando
a veces con los recursos más escasos, dada la austeridad que nos limita. Pensamos, y muchas
veces sin ganas; actuamos, en general movidos por la rabia o por la desconfianza, y siempre
en términos banales. Es una obra que ejecutamos a veces de una manera tan cruel y obstinada,
como la ejecución propia del verdugo, o el veredicto que escupe el juez. Con la diferencia de
que nuestra elección no suele ser del todo abierta y nuestra opinión no suele ser del todo
nuestra… Las decisiones que tomamos son, en todo caso, actos reflejos; y nuestra intención
suele estar respaldada por el miedo. Ni un cuadro ni una obra, sino una película que va
corriendo y sin aviso nos involucra.
a veces con los recursos más escasos, dada la austeridad que nos limita. Pensamos, y muchas
veces sin ganas; actuamos, en general movidos por la rabia o por la desconfianza, y siempre
en términos banales. Es una obra que ejecutamos a veces de una manera tan cruel y obstinada,
como la ejecución propia del verdugo, o el veredicto que escupe el juez. Con la diferencia de
que nuestra elección no suele ser del todo abierta y nuestra opinión no suele ser del todo
nuestra… Las decisiones que tomamos son, en todo caso, actos reflejos; y nuestra intención
suele estar respaldada por el miedo. Ni un cuadro ni una obra, sino una película que va
corriendo y sin aviso nos involucra.
La que voy a narrar era una época de serios trastornos
sociales en el país que fielmente
se reflejaban en la ciudad. Ya fuera por los enfrentamientos en las calles, por los discursos
políticos y su acidez característica, o por las muchedumbres inquietas en actitud ofensiva y
de venganza; todos comenzaban a abrazar la triste pero irrefrenable aprehensión de un extraño
peligro físico, un peligro extendido y que abarcaría todo.
se reflejaban en la ciudad. Ya fuera por los enfrentamientos en las calles, por los discursos
políticos y su acidez característica, o por las muchedumbres inquietas en actitud ofensiva y
de venganza; todos comenzaban a abrazar la triste pero irrefrenable aprehensión de un extraño
peligro físico, un peligro extendido y que abarcaría todo.
Esta sensación, como de brecha que se abre en el aparentemente
sólido muro que es la
realidad concita un sentimiento de miedo, y en cierto sentido de culpa, en las masas populares.
Esto puede apreciarse al transitar las calles o al frecuentar espacios públicos donde las gentes
van y vienen con rostros cansados y preocupados, vociferando extrañas advertencias o evocando
absurdos fantasmas vistos a través de ojos cansados e introspectivos.
realidad concita un sentimiento de miedo, y en cierto sentido de culpa, en las masas populares.
Esto puede apreciarse al transitar las calles o al frecuentar espacios públicos donde las gentes
van y vienen con rostros cansados y preocupados, vociferando extrañas advertencias o evocando
absurdos fantasmas vistos a través de ojos cansados e introspectivos.
Las preocupantes señales de esta situación se hacen
patentes al entablar diálogo con los
transeúntes. En una ocasión interpelé de este modo a uno de ellos:
transeúntes. En una ocasión interpelé de este modo a uno de ellos:
-El país se ha desquiciado, ¿no le parece?
-Así es.- Me respondió.- No hay signo de esperanza
alguna.
-¿Qué nos espera ahora? ¿Guerra civil, capaz?
-No, por favor…-Me dijo- Ojala las consecuencias
llegaran a ser tan simples.
- Y, ¿qué cree usted que ocurrirá?
-…
-¿Incierto, no? ¿Qué cree usted?
Sólo obtuve del sujeto una mirada prolongada y de tono
reflexivo como respuesta. De pronto
volvió en sí para señalarme lo siguiente:
volvió en sí para señalarme lo siguiente:
-En estos tiempos, la vida, la materia y la esencia
son regiones que han perdido preeminencia
o han mutado. Las sombras son las que ahora portan los deseos y los sueños. ¿Qué cree que hay
más allá?... Sólo un declinar frío y perpetuo.
o han mutado. Las sombras son las que ahora portan los deseos y los sueños. ¿Qué cree que hay
más allá?... Sólo un declinar frío y perpetuo.
Aturdido por tan riesgosa observación, me limité a
preguntarle:
-Y ¿cuál cree que sea la causa de este desequilibrio?-
Sin más reflexión, el sujeto me respondió:
-¡Eres tú! Eres tú la mancha blanca en esta pesadilla.
¡Si esta tierra tiembla será culpa tuya!
Debo admitir que esa acusación, rayana en la demencia,
me inquietó sobremanera, pero nunca dejé de atribuírsela al desvarío
involuntario de una mente alterada. Presa de su desasosiego, el sujeto se alejó
de mí a paso ligero para perderse entre la multitud.
Este fue sólo un caso, una de las tantas
irregularidades en el trastornado clima social de este tiempo.
Sin duda, ya la realidad empieza a responder con su
lado menos amable a los excesos de la equivocada sociedad y de su sistema
parásito. Los manejos turbios, las acciones infames y desmedidas de la
política, y las sucias manipulaciones a las que accede el poder se hacen
evidentes en la inminente debacle financiera y productiva que atenta día a día
contra las esperanzas de progreso. El temor y la angustia en las gentes continúan
in crescendo, puesto que las
expectativas se hallan prácticamente anuladas. En tal situación, es un
espectáculo usual el observar a las personas dándose a las más extrañas y
variadas especulaciones. El presentimiento de un lento, aunque cercano e
inevitable peligro no deja de manifestarse en el inconciente colectivo. Es como
una suerte de cisma fugaz y silencioso que continuamente se confirma a sí
mismo; se trata de un sistema que cae por la fuerza de su propio peso, al menos
eso interpreto yo a partir de todo cuanto puedo apreciar.
En cuanto a Juli Ana Ye y a mí, el fenómeno nos despierta
algo distinto del aparente pánico que se suscita en el resto de la sociedad. Nosotros
simplemente nos encontramos al margen de la crisis, desligados de toda
preocupación absurda, y sin necesidad de asistir a males innecesarios. Aquel estado
de grave tensión germina en nosotros una creciente tendencia a alejarnos de todo
trato externo. Concebimos nuestro entorno como un gran ente quimérico de cuya
apariencia y situación nunca llegamos a estar enteramente seguros. Es así que,
sin intención de estrechar la mano a una sociedad en situación terminal, nos
entregamos con toda la despreocupación que nos es posible a nuestras más
ocultas pasiones.
Las excelsas horas de una tarde al caer o de una
madrugada al filo del deseo, ya sea ante el humor de finos licores o entre los
vaivenes de generosos fasos humeantes, son nuestros más íntimos tesoros,
nuestras maquetas ideales… intimidades… preciosas artesanías que modelamos a
nuestro gusto y antojo. Suelo pensar en aquellas noches en las cuales, libre y
despejado, o con el alma torcida por la dura presión de los hechos cotidianos
pero deseando liberarme de la tensión, volvía exhausto a la alcoba y allí veía
a su cuerpo delatarme sus secretos, y a sus ojos pintarme de azul el olvido.
Sucedía durante escasos minutos algunas veces, o a lo largo de las horas
interminables, otras. Pero siempre ante la noche intrusa. Como sus huéspedes o
como sus esclavos, dependiendo el día, dependiendo el clima. Vaivenes,
lágrimas, agitación y barbarie. Y al final la ruptura, cuando el vientre arde y
se hiela la sangre, cuando se derrumba la noche entera sobre nuestro catre y
nos avisa:- Es tarde!
Así transcurren nuestros días, como impresiones
fugaces, como pétalos de una flor que finalmente se cierra sobre sí misma. Con
cada uno, nuestro deseo se vuelve más intenso y se constata aún más nuestra
imperiosa necesidad de pertenecer el uno al otro. Y aunque el paso del tiempo
nos estimula en este sentido, también abre la puerta a ciertos miedos y
preocupaciones relacionados puntualmente con un riesgoso interrogante. Se trata
de la suerte que nos espera en medio
de este estado de duelo en el que se encuentra la sociedad. Para ser más
exacto, nuestro temor se suscita en torno a las posibles y ya observables
derivaciones que han comenzado a resultar de este grave malestar social.
Últimamente se han reanimado los circos en la ciudad,
y en ellos los espectáculos que reciben más adhesión por parte del público son
aquellos en los que se ridiculiza a algún líder político. Ya sea de alto o bajo
rango, nacional o local, la figura es difamada y maltratada hasta el extremo, y
todos, absolutamente todo el público se suma para aclamar la burla en un
desborde de risas y aplausos, en un disfrute eufórico que, a pesar de su hilaridad,
no esconde el peligroso grado de rencor que lo sostiene. Siempre termino por
pensar, y me pregunto qué es lo que mantiene el récord de asistencia a estos
espectáculos: quizás sólo un deseo intenso de desquite, una cuenta pendiente.
Las veces que frecuento el evento, generalmente solo, no puedo evitar
descoserme de la risa frente al maltrato y la puesta en ridículo de esos cerdos
del primer mundo.
Como dijera Manu Chao, “la mentira es la madre de la
desilusión, la abuela de la tristeza”. Y pretender guardarnos el germen de la
mentira una vez que ha cavado tan profundo en nosotros sería algo muy triste,
quizás imposible. El filo de nuestra bronca desgarraría la epidermis. Cuando
una alimaña ha puesto sus huevos dentro nuestro es necesario extirpar y
deshacerse cuanto antes de las secuelas. Por otra parte, nunca se sabe del
alcance que puedan tener nuestros gritos
y reverberaciones llegado ese momento. Es mucha la sed de venganza una vez
que se ha encendido el desahogo. Hoy lo constato, en cada momento. Esa sed no
me es ajena a mí, ni a las 30 ó 40 personas que veo desde acá; y, al parecer,
se calma con el fuego. Porque esa multitud, cercana a mi edificio, parece saciarla
incinerando los títeres, las réplicas de lo que son sin duda tres figuras públicas,
de renombre. Aparenta ser un show callejero, yo lo sigo desde mi ventana, y es
sin duda otro intento de la gente por deshacerse de lo irreprimible.
Es notable el humo que empieza a ganar la esquina de la
calle. Un humo que molesta, que dice la verdad. La verdad sobre esa gente desinhibida
y llena de rabia, más que entusiasmada. Hace un momento bajé de este tercer piso
para ver cómo terminaba todo eso, y lo más gracioso: dos de los tres
mandatarios se carbonizaron por accidente cuando un periodista encendió un
cigarrillo que desprendía chispas de la punta. De alguna manera, los políticos
terminaron por quemarse estúpidamente mientras el periodista repetía, riendo:
¡Es el cigarro, el cigarro loco!
Este es ahora un fenómeno tan frecuente como el del
circo para la sátira que mencioné antes. El éxito de aquel evento se expande y parece
encontrar eco en estas ardientes representaciones de la calle. Se las conoce
como “Linchando Pinochos”, y también son un atractivo turístico, un curioso
motivo de entretenimiento para los extranjeros.
Drama. Ésa parece ser la palabra clave. Drama en todas
partes. Es el problema, y también lo que nos ayuda a esterilizarnos contra las
maldades de los que nos hostigan. Vemos las invenciones perversas del mundo del
poder, las vemos recreadas en un teatro del mismo modo en que se descubren,
absurdas, y no hacemos menos que reírnos, reírnos de nuestra propia desgracia.
La ironía entonces ocupa un lugar importante. Es necesaria. Es la que juega con
todo esto. La palabra favorita de Juli Ana Ye. La que, según ella, deja sin
palabras.
Ella misma escribió un artículo, “La ironía y no la
pena”, donde explica lo mucho que ayuda pensar y reírse en los momentos críticos
para ganarle al desconsuelo.
Salvo por alguna crónica detallada de los hechos de
violencia, salvo por la franqueza de algún medio alternativo, los Medios en
general, no arrojan luz suficiente sobre el tema. Se quedan en la descripción
del primer hecho aislado que atraiga la atención de los televidentes. Murmuran,
dispersan, se olvidan de los fenómenos que hacen a la crisis en su totalidad. Y
ni digamos de las causas de la crisis, o de los culpables… No se necesita ser
perro para olerle el miedo a las grandes cadenas. Disfrazan su intención con
una trama mal tejida, con una cortina ridícula.
A veces no queda más opción que la de recurrir
a las paredes. No sé ustedes… Pero llegado un punto, yo no puedo dejar de leer
ciertos grafittis. Los hay absolutamente ingeniosos, los hay bobos y hasta
dañinos. Pero nunca dejan de ser sinceros, y por más que alguno mienta eso no
le quita peso. La mentira siempre fue y será parte de nuestra verdad. En los escritos
más lúcidos lo interesante es pescar el instante en que captan no sólo mi
atención, sino también la de los demás paseantes. Por acá, en Buenos Aires, vi con mis
propios ojos un graffiti que aparece en esta secuencia:
"Nos mean, y la prensa dice
que llueve".
Brillante…
Después, otro que me remitió a un
antiguo miedo versaba así:
“Si la Tierra tiembla será culpa
tuya.
Si la Tierra tiembla se hunde en
el mar.
Si la Tierra tiembla nadie se va
a salvar.
Tiembla de miedo, ve tu maldad”.
Con el
choque de su síntesis, estos murales suelen decir mucho más que varias horas
seguidas de CNN. Alguien con sentido del humor me dijo que con un ojo atento y
un cerebro despierto pueden verse en estas paredes las críticas más
duras al sistema. Duras, dice, por ser parte de la pared.
Sin ir
más lejos, Juli Ana Ye ve esos murales como espejos de las opiniones de la sociedad.
Para mí, no hay en ellos más que una voz. La voz de la calle.
Los graffiti
tienen sus autores, poetas anónimos, o “writers” según los puristas. Los dos
ejemplos de este arte que cité más arriba están cargados de sentido, son
sinceros, acusadores. Hay muchas frases de ese estilo. Lo más probable es que varias
de ellas, como la segunda citada, estén refiriéndose a las malas acciones de
alguien, o de todos a la vez. De hecho, ésta última critica a los líderes
políticos en particular. Pero también esconde otra cosa.
Y yo no me di cuenta sino hasta un mes después de haberla visto escrita en una
pared del microcentro porteño. “Si la tierra tiembla…” estaba hecha con aerosol
junto a otra que le cerraba el significado. Aquí la otra:
“Broma
pesada no es la pavada.
Broma
pesada no voy a aguantar.
Bromas
pesadas son bombas por acá”.
Hoy es viernes. Fue recién ayer que logré descubrir el
poderoso significado que ambas comparten. No sé si alguien, además del
que las haya escrito, pudo desentrañar su mensaje. Pero lo que es seguro: nadie
habría podido hacerlo antes del terrible suceso que aconteció el martes acá, en Buenos Aires. Fue
demasiada la tensión esa jornada, y aunque parecía duro el nervio tuvo que estallar.
Era la hora de la siesta y yo esperaba que el café
terminara de prepararse, cuando noté más calor del común en el living. La
estufa estaba al mínimo. Para cerciorarme abrí la ventana, y una brisa
excesivamente cálida inundó el departamento. Eso me sorprendió porque es
invierno. Por otra parte me disgustó mucho ver cómo tres tipos uniformados, de
la municipalidad, iban cubriendo con pintura blanca unos murales muy bien
logrados que están enfrente. Eran obra de gente con ideales, abarcaban casi
toda la cuadra, pero la visita de un diplomático al país esa misma noche
demandaba limpiarlos. Me alejé con furia de la ventana. El café hirvió de
repente, saltó y manchó los azulejos de la cocina. Después de limpiar, lo serví
y prendí la televisión para ver la temperatura. Marcaba 33º 7 y en aumento,
además de una excesiva presión en superficie. Sorprendido, esperé a ver alguna
noticia. Todas me dieron asco.
Huía del país un famoso banquero y sus cómplices
empresarios, dejando tras de sí una terrible deuda, nuestra ahora; quebraban,
en consecuencia, los dos grupos bancarios que él manejaba, dejando en el aire a
miles de ahorristas; llegaba esa noche al país un señor de mucho adorno y poca
decencia a imponer sus planes… Y, como si fuera poco, se reprimía cualquier
insurgencia, los balazos se alojaban en los cuerpos desnudos de las calles
grises, duras de tanta bronca.
La temperatura siguió ascendiendo, no recuerdo a qué
cifra, acompañada de la presión. Sentía cómo mis venas, tanto de los brazos
como del cuello, se hinchaban y palpitaban. Cada latido de esa ciudad era un
peso muerto en mi cabeza. No sabría decir exactamente dónde estaba Juli Ana Ye ni
qué experimentaba.
Vi un hilo de sangre recorriendo la superficie blanca
y estéril de las paredes de enfrente, y vi en ellas los agujeros profundos de
las balas que escupían los tenientes. A lo largo del asfalto comenzaba a abrirse
una hendidura muy pronunciada que continuaba en las cuadras vecinas. Durante un
rato me mantuve casi como sedado, vencido sobre el marco de la ventana, esclavo
voluntario de lo que estaba viendo.
Todo estaba mudo, estático, no había estímulo para los
sentidos. Solamente una leve sonoridad, señal misma del instinto, ése instinto
que parecía debilitarse dentro de nosotros. Y más que nunca se sentía cercano aquel inevitable peligro físico que
mencioné antes, un peligro extendido y que abarcaría todo… lo cual era una
intuición, superaba al terreno de la percepción. Se sentía como una proximidad
cognitiva, un fenómeno suprasensible. En cámara lenta, en forma discreta pero a
la vez terrible, reflejándose en las caras y en los rumores de la gente, ése
algo nos había anunciado durante meses que se acercaba.
Y
llegó el punto cúlmine de la jornada, la explosión de ese martes agonizante, el
suceso en sí. Donde pareció acercarse el fin de todo lo físico, fue en
verdad donde todo empezó a tener sentido. El fenómeno de esa tarde sorprendió por
su extraña uniformidad. Consistió en un misterioso y descomunalmente fuerte ruido
que se escuchó en la ciudad durante aprox. 30 minutos, causando pánico
colectivo en Bs. As. y sus alrededores. Fue algo estrepitoso, ensordecedor, y
vino acompañado de un terrible sentimiento de culpa… Después de eso nadie
sintió necesario reprochar nada, todos parecían haber tomado conciencia de los
errores cometidos, y los que sobrevivieron juzgaron al hecho como previsible y necesario, digno de nosotros y
de nuestros gobernantes.
Causó daños humanos y daños materiales. No fue
sólo el ruido, hubo una explosión, y de ella se desprendió la onda expansiva
que sacudió a nuestra megalópolis.
Se están proponiendo teorías
para explicar lo sucedido, recordemos que fue hace sólo tres días.
Se piensa en explosivos,
bombas detonadas, aunque sería imposible cubrir con ellas una explosión de esas
características. Una explosión que duró media hora y fue ininterrumpida… que no
dejó rastro de dónde pudo haberse iniciado, ni siquiera una señal de su lugar
de ignición. Como si se hubiese localizado en todos lados a la vez dentro del
radio de la ciudad.
A
mi manera de ver las cosas, disparamos contra nosotros mismos el variado cóctel
de culpas que nos venían preparando. Es curioso lo que puede llegar a producir
la conciencia colectiva, y más aún una obsesión
colectiva, como se observaba ya desde hace meses.
Fue
recién muchas horas después del suceso, al recuperarme, que logré traer a
colación esos graffiti, y los pude relacionar con la parafernalia del martes. Fragmentos
como “Si la Tierra tiembla… será culpa
tuya” y “Broma pesada no voy a
aguantar… bromas pesadas: bombas por acá” son la mejor explicación para lo
sucedido. Se asistió a una progresiva contención que tornó a ser extrema y,
llegado un cierto punto, volvió inevitable el quiebre definitivo. Bien lo sabe
el autor de esas frases, que ya es conocido y temido en el ámbito público. No
es otro que aquel chistoso –o demente- que me había acusado de hacer temblar la
tierra, de poder provocar lo que se avecinó poco después de que hablé con él.
Yo apenas lo había imaginado como el responsable de esa lúcida predicción en
aerosol… me sorprendió mucho verlo en las noticias asegurando haber hecho él
las inscripciones.
La única forma que tuvo de probar su autoría
fue a través de un video que lo exhibía dibujando esas frases en esa misma
pared; video que, dada la síntesis y la claridad de lo que mostraba, no tardó
en ser televisado por la cadena. Otro detalle curioso: el muro que contenía sus
predicciones es el único todavía en pie
de esa manzana, ocupada en toda su extensión (antes del desastre) por el
edificio de la Municipalidad. Los
albañiles contratados por el gobierno lo habían blanqueado más temprano ese
martes, como parte del “Plan de limpieza urbana” que se ejecutó en toda la
ciudad. En esas circunstancias, ya no
queda rastro del graffiti, pero el video solo es suficiente evidencia… Le
garantiza un lugar con alto rating en algún que otro canal, y el interés de la
prensa hacia él como un ‘pronosticador’ de lo que pasó. También lo expone de
forma muy difícil ante la
Justicia … De hecho, el gobierno ya hizo pública la orden de
arresto para ‘Cuerdo’ (así firmó él los muros) por considerarlo un posible
responsable de la catástrofe ocurrida, es decir, sospechoso de atentar en forma
conciente y premeditada contra el bien público.
A
mi criterio, es infantil eso de buscar culpables y señalarlos con el dedo, es
bien sabido que todos detentamos esa
manifestación anímica. Fuimos empujados a explotar en esa forma. Nadie lo hizo concientemente,
todos fueron parte involuntaria del trance.
Y esto era evidente… Se llegó al colmo de la
contención de la bronca. Como dije líneas atrás, ese día todo pareció tener sentido.
Todas esas señales manifestándose a diestra y siniestra durante meses entre las
caras y los rumores de la gente, a la larga se focalizaron en esa proyección
masiva y simultánea de media hora. Pero ¿La gente tuvo la culpa? ¿O fueron los
bromistas del poder, que nos provocaron durante tantos años? Hay quienes dicen
que las gotas de pintura blanca vertidas en tan valiosos murales esa tarde
rebalsaron el cóctel y provocaron, junto con los infames sucesos reportados en
la jornada, la ira de la mayoría. Suele decirse que al ser parte de grandes
aglomeraciones, y sobre todo si nos maltratan y abusan de nosotros, tendemos a
perder nuestro instinto de supervivencia: eso también hizo parte en el
desastre.
Un dato gracioso es que los edificios públicos, tanto la Municipalidad como
las iglesias, la Casa
de Gobierno y demás ministerios fueron los más afectados. Es notable la forma
en que quedaron reducidos: paredes enteras desencajadas del resto, escombros, y
columnas vencidas sobre lo que eran patios lujosos y formidables. Dado su
tamaño y su antigüedad, esas construcciones fueron las primeras en sentir la
terrible vibración y en asimilar daños. Pero estos indicios son la excusa
perfecta para los pocos mandatarios con vida de la Cámara de Justicia, quienes
aseguran puede haberse tratado de un atentado. Un atentado a la administración
del actual presidente, el cual se encuentra en estado de coma luego de que el
techo de su despacho le hiciera de sombrero… Es de destacar que las centrales
de medios televisivos y de grandes empresas también se vieron notablemente
afectadas.
Es muy gracioso verlo a Cuerdo intentando defenderse a
través de los medios, jactándose de haber pronosticado el preocupante suicidio
colectivo del martes, pidiendo reconocimiento. Lo único que logra es que lo acusen
de terrorismo y conspiración, cuando ni siquiera hay estructura suficiente para
poder llevar a cabo un juicio en este resto de ciudad; ni siquiera suficientes
funcionarios para ponerse de acuerdo y resolver su situación, dado que la
mayoría han sido alcanzados por el temblor teniendo que afrontar, sino la
muerte, serios trastornos psicológicos. Cuerdo alega y acusa,
dispara la culpa contra la ciudad misma, contra sus gobernantes. Reconoce como artífices de lo
ocurrido a todo aquellos que alguna vez sintieron dentro ese peligro físico que
de alguna manera anticipó el desastre ya meses antes de que ocurriera. El
tiempo dirá…
Por ahora todo está en el aire: disminuye el consumo,
habrá inflación y desocupación. Aumenta la delincuencia y, aunque parezca
mentira, se nota más tranquila a la gente… como si se hubiesen deshecho de un
gran peso. “Se desató el nudo de la
garganta, se destensó el nervio duro de la rabia”, dice ahora una pared de calle
Alvear. Entonces la amenaza parece
haber desistido. Ahora son otros los
graffiti que sinceran las paredes. Son otras las frases que interpelan nuestra
mirada:
“Con Don Rodillo Cubremurales “¿Quién hizo del barrio
un crudo lugar?
el genocidio pintó
la calle”. Muchos los
culpables, mucho hay por pagar.”
…Son algunos. Sinceros, dan qué hablar y qué pensar.
Por mi parte, nunca dejo de mirar a las paredes.
Entre otras cosas, ahora veo que por los resquicios de
la locura asoman atisbos de claridad. Cuerdo es la evidencia más lúcida de
esto.
Asimismo les sugiero, nunca
dejen de mirar a las paredes. Porque hay un espejo en cada muro, y
cada muro es un espejo… No necesariamente hay que hablarles para que nos
escuchen… y aunque parezcan mudas, las paredes hablan.
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EN EL FONDO (Cuento, texto completo, protegido por derechos de autor. Escrito y registrado en SADE en 6/2012)
Con razón las plumas esparcidas en el suelo. Con razón las artesanías semienterradas en el polvo que como por
arte de magia llenan ahora estanterías desvencijadas. Con razón las noches y sus ensoñaciones amontonadas.
Me gustaría conocer más testigos que puedan dar crédito a lo que voy a contar, y es que los que no han
huido empujados por el miedo, simplemente prefieren olvidar su implicancia en todo esto. Preferirían,
quizás, no haber tenido que conocerme. En el fondo siento pena por ellos, y es que es ahí donde un día,
no hace mucho, perdí su amistad y su confianza.
huido empujados por el miedo, simplemente prefieren olvidar su implicancia en todo esto. Preferirían,
quizás, no haber tenido que conocerme. En el fondo siento pena por ellos, y es que es ahí donde un día,
no hace mucho, perdí su amistad y su confianza.
En el fondo del negocio que mantiene a mi familia, fundado por mi abuelo paterno hace más de medio siglo,
no hay otra cosa que un depósito. Es un comercio de artículos de decoración que extiende su rubro hasta la
confección, diseño y reforma de interiores. Aquello que secretamente lo diferencia de otros negocios de la
misma índole está justamente en su insospechado depósito. Lo llamativo del mismo es que nunca ha sido
un lugar en el que pueda permanecerse más de dos horas sin incurrir en la asfixia o por lo menos sentir
algún tipo de mareo. Tiene dos niveles; proliferan en la parte baja tarros de pegamento y mezclas de pintura
cuyas emanaciones revisten continuamente el aire del lugar. A veces una brisa se cuela por las intersecciones
del techo y las paredes, limpiando un poco la atmósfera. La parte alta está ocupada por materiales y demás
trastos inútiles que conviven en perfecta armonía con la suciedad y la oscuridad de varias décadas.
no hay otra cosa que un depósito. Es un comercio de artículos de decoración que extiende su rubro hasta la
confección, diseño y reforma de interiores. Aquello que secretamente lo diferencia de otros negocios de la
misma índole está justamente en su insospechado depósito. Lo llamativo del mismo es que nunca ha sido
un lugar en el que pueda permanecerse más de dos horas sin incurrir en la asfixia o por lo menos sentir
algún tipo de mareo. Tiene dos niveles; proliferan en la parte baja tarros de pegamento y mezclas de pintura
cuyas emanaciones revisten continuamente el aire del lugar. A veces una brisa se cuela por las intersecciones
del techo y las paredes, limpiando un poco la atmósfera. La parte alta está ocupada por materiales y demás
trastos inútiles que conviven en perfecta armonía con la suciedad y la oscuridad de varias décadas.
Mi abuelo me dijo que antes de que él se instalara en 1958 no había nada allí. Al igual que los terrenos
vecinos de esa manzana y de la manzana adyacente, se encontraba desierto y era propiedad del Estado
desde hacía más o menos ciento cincuenta años. Para el momento fue un acto osado la compra de ese
lote debido a que un extraño rechazo se manifestaba en la gente del lugar respecto a esos espacios.
En definitiva no eran más que un trozo inerte del cuerpo de la ciudad, la misma que ya había llegado
a adquirir un importante tamaño.
vecinos de esa manzana y de la manzana adyacente, se encontraba desierto y era propiedad del Estado
desde hacía más o menos ciento cincuenta años. Para el momento fue un acto osado la compra de ese
lote debido a que un extraño rechazo se manifestaba en la gente del lugar respecto a esos espacios.
En definitiva no eran más que un trozo inerte del cuerpo de la ciudad, la misma que ya había llegado
a adquirir un importante tamaño.
Esa conducta de la gente que cristalizaba en el abandono de los terrenos era lo suficientemente fuerte como para mantener deshabitada un área comercial clave en el sector céntrico. Pero el espíritu de mi abuelo pudo más, y a fuerza de su interés enfrentó y pronto superó a la superstición. Persiguiendo los rumores de comerciantes de la zona que sin mucha seguridad expresaban miedos similares, llegó a dar con el problema que envolvía a esos espacios. Misterio o no, nunca llegó a afectarle, y, sin más barrera que la dificultad a superar, emprendió el negocio por el que tanto había esperado. Recién quince años después pudo observar la instalación de una casa de zapatos y una licorería a ambos costados. Después de esto la manzana fue poblándose progresivamente, y de a poco el motivo de su rechazo quedó enterrado, sin que ni siquiera los viejos que aún lo conocían sintieran ganas de confiárselo a las cabezas refractarias y poco interesadas de las generaciones posteriores. Es así que hoy en día, entre el vértigo de la modernidad, los nervios y las falsas necesidades, la ciudad avanza sin preocuparse por los misterios que en ella subyacen.
"De norte a sur y de este a oeste poblaron los indios estas áreas" le escuché decir cierta vez a mi abuelo, "hace no menos de trescientos años. Pero claro… cuando todavía no habían sido exterminados". Yo solía mirar con algún interés los cuadros que llenan las paredes de su casa, y a partir de eso se generaban largas charlas entre nosotros. Gracias al marcado interés de mi abuelo por los indios y todo lo relacionado con ellos siempre había a mano fotos, objetos y testimonios de todo tipo acerca de distintas culturas indígenas, sobre todo las locales y las de territorios cercanos.
Cierta vez le pregunté:
- ¿Todavía hay indios vivos?
- Si, pero en la zona en la que vivimos… en esta zona es… es más probable que te encuentres con un indio muerto que con uno vivo – me dijo, antes de soltar una carcajada.
- Si, pero en la zona en la que vivimos… en esta zona es… es más probable que te encuentres con un indio muerto que con uno vivo – me dijo, antes de soltar una carcajada.
- ¿Muerto? – pregunté, y esa palabra se coló con impresión en mi cabeza de infante que era.
- Si, y eso puede pasar cuando uno está en el sitio donde han sido enterrados, cuando pisamos lo que antes era un cementerio indio, por ejemplo…
Semejantes afirmaciones siempre lograban sorprenderme.
De modo que esto fue siempre para mí un motivo de asombro. Siempre adoré las numerosas piezas de artesanía indígena que se hallan acumuladas en aquél depósito, las cuales tuve oportunidad de apreciar de niño tras largas horas de expectación, según mi abuelo, y de las que he recibido una extraña impresión, por no decir una hipnótica fascinación, propias de todo aquello a través de lo que se mira para desentrañar un mensaje.
Tengo que decir que todo misterio es intangible, alegórico, pero de presencia ligeramente adivinable, y recubre con latente opacidad a aquello que no se dice, se niega o se ha olvidado; todo misterio responder a la voluntad de esconder algo. Supone, entonces, un secreto; y todo secreto hace alarde de un poco de misterio, sobre todo cuando se ha guardado durante mucho tiempo y ha estado signado por el dolor y la sangre derramada.
Y esto es justamente lo que me induce a seguir atesorando estas invaluables piezas indígenas originales, y a no deshacerme de ellas o decidirme a abandonar para siempre el lugar en el que se encuentran, a presar del lóbrego e imborrable suceso del que fuimos partícipes y que tuvo lugar una noche precisamente ahí, en el fondo.
Cabe decir que más allá de su rol comercial el negocio y su depósito son también un lugar de encuentros. En varias ocasiones me reúno allí con ciertas amistades que, ante la falta de planes un viernes o sábado a la noche, no dudan en llegarse a este espacio para dar rienda suelta a los ruidos, los vicios y las charlas. "Cuando unas puertas se cierran, otras se abren" suelo decirles, de modo que a partir de las 21: 00 hs., cuando el local ya ha concluido su atención al público, la atmósfera se encuentra discretamente abierta a las influencias conocidas del entorno.
No hace mucho nos reunimos allí viejos compañeros de la escuela. Logré juntar a todos aquellos que compartimos una cierta ‘tradición’, además de la amistad en sí, signada por cosas vividas, anécdotas e invenciones, que siempre nos llevan a superponer nuestras risas al momento de recordarlas. Fue la noche del 9 de septiembre, una fecha de por sí anecdótica para nosotros, razón por la cual vinieron todos, sin excepción. Ese era el día de una exposición que habíamos tenido que preparar para el colegio y que, a pesar de nuestra primera impresión, había resultado graciosa e inolvidable. Se trataba del estudio de la Campaña del Desierto y, puntualmente, de las persecuciones a los borogas, una agrupación indígena que había llegado a refugiarse aquí mismo, en Tapalqué. El 9 de septiembre era, además, el día de la anteúltima y más cruel matanza que había sufrido esta comunidad.
Si mal no recuerdo, los borogas o boroganos, eran una mezcla de tehuelches y mapuches. Sé que en un principio –me había tocado estudiar esta parte- Rosas contaba a los caciques boroganos como aliados, que se mantendrían neutrales durante su campaña. Pero luego, a raíz de la negativa de los indígenas a ciertas exigencias del propio Rosas, esta alianza terminó deshaciéndose: el 9 de septiembre de 1834 éste último envió a Calfucurá, un cacique mapuche que obraba bajo su poder, liderando una caravana de 200 mapuches provenientes de Chile, a un enfrentamiento secreto con los boroganos. Los convencieron de realizar la primera reunión de lo que sería un encuentro comercial anual en Masallé (del actual partido de Adolfo Alsina) y allí, imprevistamente, los masacraron. Murieron mil de ellos, incluidos sus caciques mayores.
Si mal no recuerdo, los borogas o boroganos, eran una mezcla de tehuelches y mapuches. Sé que en un principio –me había tocado estudiar esta parte- Rosas contaba a los caciques boroganos como aliados, que se mantendrían neutrales durante su campaña. Pero luego, a raíz de la negativa de los indígenas a ciertas exigencias del propio Rosas, esta alianza terminó deshaciéndose: el 9 de septiembre de 1834 éste último envió a Calfucurá, un cacique mapuche que obraba bajo su poder, liderando una caravana de 200 mapuches provenientes de Chile, a un enfrentamiento secreto con los boroganos. Los convencieron de realizar la primera reunión de lo que sería un encuentro comercial anual en Masallé (del actual partido de Adolfo Alsina) y allí, imprevistamente, los masacraron. Murieron mil de ellos, incluidos sus caciques mayores.
Luego de esto la mayoría de los borogas se dispersó, y algunos se dirigieron hacia acá, a Tapalqué, jurando venganza, llevando consigo muchos heridos que más tarde serían difuntos. De este asentamiento datan unos misteriosos versos anónimos en mapudungun (lengua mapuche), una especie de invocación de la que mi amiga Violeta estudió en su momento una traducción y la recitó de memoria aquella vez, ante la clase.
Es curiosa la forma en que oscila el punto de vista en la educación histórica. Por suerte nuestra profesora, poco conservadora, nos dejó profundizar en el lado oscuro del asunto. Porque en la versión oficial se habla de la necesidad de "abrir puertas a la tierra" y de que "las corrientes civilizadoras provenientes de Europa se expandieron a través del territorio descubierto trayendo una cultura que coexistió y hasta se fusionó con la autóctona…" cuando más bien el viejo mundo sometió, humilló y devastó a las culturas latinoamericanas. Es lo que me enseñó la escuela: hay una historia oficial, luego una real. Y las dos son una vergüenza.
Es la opinión que desde siempre comparto con mis amigos. Incluso casi la única razón que encuentro para no considerar nuestras épocas escolares como una pérdida de tiempo, es el hecho de habernos conocido.
En todo esto meditaba yo, bajo la influencia de una encantadora música, cuando escuché unos golpes en la superficie de la vidriera semiiluminada. Eran ellos, y como de costumbre sentí un vértigo, propio del fin de toda espera que es grata, que no se fue sino hasta después de haberlos recibido. Les dije que se acomodaran, que tenía el café preparado, de modo que fui a servirlo, y ellos no hicieron más que seguirme hasta la parte trasera del negocio.
La diminuta cocina se encuentra, escondida e insospechada, al costado del espacio que separa el depósito del sector de atención al público. Este espacio viene a ser un patio, pequeño y rectangular, que tiene vista hacia la parte superior de dos torres edificadas en la esquina. El negocio se encuentra pasando la mitad de cuadra, a unos treinta metros de las torres.
Viendo que la noche era agradable, decidimos sentarnos en ronda en el piso del patio para hablar de nuestra vida y de las viejas cosas familiares. Luego, cuando se nos cansara la lengua, alguno se acordaría de la guitarra, que hablaría por nosotros. Estaban allí Violeta, Alejandro, Luis y Santiago; los demás venían en camino.
- Los noto a todos muy cambiados – dije mientras les daba el café- Salvo yo, me parece que todos pasaron ya la adolescencia.
- Los noto a todos muy cambiados – dije mientras les daba el café- Salvo yo, me parece que todos pasaron ya la adolescencia.
- Es verdad Lorenzo, estás igual que antes – me dijo Alejandro.
- ¿Viste? Tengo las mismas aspiraciones que a los quince, dieciséis años – confirmé.
- Y la misma ropa, la misma fisonomía… ¿Siempre con los indios, no?
- Más bien.
- Yo sigo igual que antes – acotó Violeta, y todos reímos al unísono. Era ella la que más se había transformado.
- Yo sigo igual que antes – acotó Violeta, y todos reímos al unísono. Era ella la que más se había transformado.
- Ay querida… A vos te cambió hasta el apellido – le dijo Santiago. Nos volvimos a reír.
- Y a vos Santi, pobre santo… Te han hecho pasar hambre… - le respondió ella.
- Ah, y si… Bajé unos cuantos kilos, unos cuantos loski, digo yo. "Los ki ya no tengo".
- Ah jaja ¡Y te volviste gracioso también! – le dijo ella en tono burlón. Y ahí Luis tiró lo suyo:
- Ah jaja ¡Y te volviste gracioso también! – le dijo ella en tono burlón. Y ahí Luis tiró lo suyo:
- Como dice un tango: "Ay, pero qué susto… todo el mundo está desnudo, neurasténico y cambiáu. Y hasta yo, que daba gusto, ocho kilos he bajáu".
- Así no es – dijo Violeta.
- Así no es – dijo Violeta.
- Bueno, más o menos…
- Eh Luis, vos siempre el tango – señaló Ale- En eso no cambiaste.
- Y… es que no se puede cambiar en eso… Si sos tanguero hoy, vas a ser tanguero toda tu vida.
- Mm no estoy de acuerdo – opinó Violeta.
- Mm no estoy de acuerdo – opinó Violeta.
- Callate Viole. Tomate el café – le dije, tratando de ser amable.
Violeta siempre había sido medio hostil y burlona, pero más allá de eso era inteligente, cantaba bien y tenía buena memoria.
Al rato llegaron los demás: Inés, Lourdes y el Laucha, cuyos golpes en la vidriera semiiluminada apenas fueron percibidos por nuestros oídos. Con todos ellos casi no entrábamos en aquel patio angosto de altos muros.
Cuando fueron las doce les propuse que si ninguno tenía algo que hacer allí nos moviéramos al depósito, ya que se había levantado una brisa helada y ahí dentro, mal que mal, estábamos a resguardo. Inés, Lourdes y Alejandro se fueron a la oficina de adelante donde está ubicada la computadora, y los demás nos acomodamos como pudimos en aquel antro. Ya antes de movernos habían empezado a resonar unos tambores en las cercanías, los cuales creí haber escuchado otras veces cuando la murga del barrio ensayaba por las tardes.
Una vez acomodados, Santiago echó mano de una vieja guitarra colgada en la pared detrás de él, que siempre se encuentra ahí para hacer uso en ocasiones como ésa. Al tomarla meditó algo por un momento, nos miró uno por uno y se quedó pensativo. Luego la sacó de su funda y me la extendió a mí.
- ¿No vas a tocar? – le dije.
- ¿No vas a tocar? – le dije.
- Si, pero antes tengo que hacer otra cosa.
- ¿Qué cosa?-preguntó Luis.
- Algo que, mientras se pueda hacer, no debe dejar de hacerse.
Todos lo miraron sorprendidos, sobre todo porque actuaba muy lentamente.
-¿Vas a fumar? – le pregunté, mientras introducía su mano en el bolsillo derecho y dedicaba una mirada de profunda complicidad.
-¿Vas a fumar? – le pregunté, mientras introducía su mano en el bolsillo derecho y dedicaba una mirada de profunda complicidad.
Yo conocía los vicios de mi amigo.
Sacó un solo cigarro, casero, envuelto en papel blanco.
- ¡Eso! - gritó Lucho - ¿Qué tabaco es?
- Es importado de Jamaica – bromeó Alejandro, riéndose.
- Es importado de Jamaica – bromeó Alejandro, riéndose.
- ¿Es de café? – preguntó Violeta.
Y Santiago, con su sonrisa a la par de la mía y de la de Ale, dijo gestualmente:
- Esto no es tabaco. Esto es… marihuana.
Luis se puso pálido. Nos miró a mí y a Alejandro, y se le oscureció la mirada.
- ¿Fumás marihuana? – dijo Violeta con cierta expresión de asco. - ¡Ah, no! Yo me voy – se quejó.
- ¿Fumás marihuana? – dijo Violeta con cierta expresión de asco. - ¡Ah, no! Yo me voy – se quejó.
- Tranquila amiga, que vos no vas a fumar. Fuma el que quiere.
Después de decir esto le dio fuego al cigarrillo, aspiró, retuvo el humo durante un rato y al largarlo me dijo:
- Tocate algo.
- A ver… -dije- ¿Qué tocamo’?
- Lo que quieras.
El cigarrillo estaba ahora entre los labios de Alejandro, que lo besaba plácidamente.
Para matizar el aislamiento de Violeta y Luis les dije que aquello no tenía nada de malo, que era como compartir un fernet o un trago preparado.
- Lo bueno de esto es que crea otra atmósfera – les dije, mientras intentaba retener el humo.
- Lo bueno de esto es que crea otra atmósfera – les dije, mientras intentaba retener el humo.
- Jajaja. Elegís siempre el mejor momento para decir las cosas – me señaló Ale.
- Sí, jajaja. Pero en serio – seguí diciéndoles – yo fumo esto ocasionalmente. Y es que distiende un poco la mente, alarga las charlas… También genera como una complicidad, una trama casi mágica de los movimientos y los sonidos, cosa que el alcohol no hace.
Vi la mirada de desaprobación de Violeta, la duda de Luis, así que luego de darle otra seca lo dejé que en el piso se apagara.
Tomé la guitarra y antes de tocarla presté especial atención al ensamble de tambores que sonaban con intensidad no muy lejos de donde estábamos. Era un cruce de golpes y vibraciones realmente hipnótico y bailable, de modo que no pude evitar seguir su ritmo con la guitarra. Empezé a arrancarle motivos y vueltas de acordes que en mi vida había oído. No eran fieles a ningún estilo en particular, pero sonaban bien y me invitaban a recorrerlos.
De pronto, Santiago se puso a murmurar palabras, frases improvisadas con las cuales construía de a poco una melodía.
Antes esto, Violeta y Luis miraban con un asomo de miedo, casi estupefactos.
Las frases que elegía Santiago no mostraban una relación clara unas con otras, aunque parecían responder a un denso orden estético que iba más allá de lo expresable.
Todos escuchábamos con atención lo que salía de dentro de él, y al hacerlo todos entendíamos algo que compartíamos sin tener, en realidad, idea de lo que era.
Era la magia del instante.
Era la trama de la que les había hablado.
Llegado un punto, Viole se vio sensibilizada por la música y comenzó a dibujar con su voz, eligiendo tímidamente notas al azar, como intentando encontrar un motivo estable que hiciera de coro.
Yo me había estacionado en unas cuantas notas que repetía y luego alternaba con otras, de modo que fue más fácil para ella encontrar su lugar. En tanto su voz se hacía más fuerte y cobraba vida, más se atenuaban las palabras de Santiago, que terminaron siendo un murmullo monosílabo a merced del canto de nuestra compañera.
Para esta altura el efecto de la marihuana había disminuido en mí, lo noté también en mi amigo, de modo que frené repentinamente la secuencia de acordes, heché mano del faso que yacía en el suelo; y antes de tomar el encendedor Alejandro y yo nos miramos, incrédulos y encantados, testigos de un bello espectáculo.
Las voces seguían en sus lugares, resistiendo la ausencia de mi instrumento, entrelazándose con el ruido de los tambores de fondo que resonaban intensamente en el mismo y absorvente ensamble.
Nos volvimos a mirar, y Luis nos señaló con una sonrisa hacia el extremo del depósito detrás del cual debería encontrarse la batucada.
"Qué locura", murmuró.
Nos señaló un dispositivo que tenía en sus manos y dijo: "Está grabando".
Alejandro reaccionó y me dijo: - Volvé si querés. Yo enciendo el fasito.
Pero no me pude contener, lo encendí y le di una seca profunda. Se lo cedí a mi amigo, tomé otra vez la guitarra, y me situé en posición de las voces.
Con desagrado me di cuenta de que había olvidado por completo lo que estaba tocando.
Me olvidé –dije sin más. Repetí -Ni idea qué estaba tocando.
Me olvidé –dije sin más. Repetí -Ni idea qué estaba tocando.
Me miraron sorprendidos, y los coros cesaron.
En mi resignación empecé a cantar a la par de los tambores:
- Es lo que tiene la magia del instante… Nunca nada es constante.
- La nada es constante – empezó a entonar Alejandro- nada es constante.
- La nada es constante – empezó a entonar Alejandro- nada es constante.
- Salvo los tambores – agregó Luis –…Salvo los tambores.
Al rato entraron los demás. Casi los habíamos olvidado. La nuestra había sido una experiencia intensa, demasiado como para concentrarse en algo que no se incluyera en ella.
- No saben la secuencia que nos comimos – les dije.
- Si – dijo Lourdes – se escuchaba todo desde allá.
- En un momento pareció que se volvían locos – comentó Laucha – Mmm… qué olor raro.
- Si jaja… - agregó Inés - ¿Qué les pasaba, chicos?
Alejandro, Santiago y yo sonreímos, buscando la manera menos cruel de explicarles. Cómo decirles a esos chicos inocentes, sensibles e inmaculados que el humo de la marihuana se había adueñado de nuestras cabezas…
La batucada aún seguía percutiendo, aunque con menor intensidad.
- Lo que pasa es que llegó el cigarro loco y… se produjo… un arrebato. – Intentó explicar Luis.
- Lo que pasa es que llegó el cigarro loco y… se produjo… un arrebato. – Intentó explicar Luis.
Ante la evidente intriga de los presentes, Violeta dijo por fin:
- Lo que pasó es que Santiago prendió un porro, y bueno… hicieron cualquiera.
- Ah… mirá – dijo el Laucha.
- Ah… mirá – dijo el Laucha.
- Ah… con razón las caripelas – expresó Inés, señalándonos a los tres fumados.
Pasamos el rato hablando, intercambiando sonidos, humos y comentarios diversos con la incesante orquesta rítmica de fondo. Era la primera vez que yo la percibía de esa manera y a lo largo de tantas horas. Por lo menos el ritmo ahora había cambiado un poco… aunque lo que ejecutaban no se condecía con ningún motivo propio de la murga o de la cultura rioplatense que yo hubiera escuchado.
Hasta este punto el encuentro había resultado fructífero y agradable. Los chicos se rieron con fuerza al apreciar el cartel que estaba fijado en la puerta, del lado interno, en el que se leía: "que no está muerto lo que yace en el depósito".
Mi abuelo lo ubicó ahí – les dije- en referencia a la suciedad que hay en este lugar. De tanta mugre que hay...
Mi abuelo lo ubicó ahí – les dije- en referencia a la suciedad que hay en este lugar. De tanta mugre que hay...
…las cosas caminan solas – completó Luis.
Jajajjaj. Exacto. – Confirmé – Ése es el mensaje.
El cartel era, ante todo, una advertencia.
Hicimos más café y la velada se continuó gustosamente hasta las 3 am. Más o menos a esa hora nos pusimos a analizar el hecho de salir de caravana a algún bar o discoteca. Mientras discutíamos esto las primeras gotas de lo que pronto sería una tormenta resonaron levemente en el techo del depósito. Al principio la lluvia no hubiera sido una complicación. Pero luego se intensificó de tal manera que nos llevó a decidir quedarnos en el lugar, esperar y desear que menguara un poco.
Ahora el olor del café entintaba la atmósfera. La cafeína se adueñaba de nuestros corazones.
Nos pusimos a recordar nuestros años de escuela. Revivimos algunas de nuestras clásicas anécdotas. Alejandro había empezado a jugar con una de las tantas plumas esparcidas en el suelo del depósito cuando nos recordó la vez que habíamos tenido que organizar el trabajo sobre los indios.
- ¿Te acordás? – le refirió Luis – Vos te habías olvidado tu parte y la tuve que decir yo…
- ¿Te acordás? – le refirió Luis – Vos te habías olvidado tu parte y la tuve que decir yo…
- Si, jajaja. Pobres indios – dijo Ale –Los destrozaron.
- No, pero la culpa fue de ellos. No respetaron el pacto con Rosas.
- Lucho ¿te parece? – le discutí yo- Vinieron con la intención de desplazarlos de su lugar. No hablaban el mismo idioma. Lo más lógico es que se resistieran.
- Primero les hicieron creer que era un pacto – dijo Lourdes – pero los engañaron. Los emboscaron en lo que iba a ser un encuentro comercial pacífico…
… y después los exterminaron. Tal cual. – expresé – Eso fue en lo que ahora es Adolfo Alsina, hace como 180 años. Los pocos que quedaron se vinieron a refugiar acá, a lo que ahora es Tapalqué.
- Jurando venganza – dijo Lourdes.
- Eso de la clase fue hace como… 3 años.
- Y nos tocó dar la exposición el mismo día que había ocurrido la matanza – dijo Santiago.
- Y eso fue exactamente un 9 de septiembre. Como hoy. – Les recordé.
Todos se mostraron sorprendidos.
- Qué memoria. –me dijo el Laucha.
- Qué memoria. –me dijo el Laucha.
- ¿Qué casualidad, no? – tuve que decir.
No se por qué no les mencioné que los había invitado a propósito de esa fecha. Creí que ya lo sabrían.
La noche anterior yo la había pasado en el local, y, como cada vez que me quedo a dormir allí, había tenido un extraño sueño, probablemente incentivado por mi obsesión con los indios. Les comenté mi ensoñación a mis amigos.
De lo que recuerdo – les dije – yo me encontraba acá en el negocio, en el sector de atención al público. La puerta que da al patio estaba abierta, y también la de este depósito. De modo que desde donde estaba llegaba a ver el interior de este antro.
De lo que recuerdo – les dije – yo me encontraba acá en el negocio, en el sector de atención al público. La puerta que da al patio estaba abierta, y también la de este depósito. De modo que desde donde estaba llegaba a ver el interior de este antro.
En el sueño había escuchado un ruido raro, medio agudo, proveniente del patio, lo cual me llevó a pararme allí y mirar hacia acá. Antes de que decidiera acercarme vi la imagen claroscura de un indio agachado justo en la entrada de este depósito. Tenía un pájaro muy negro y enorme entre sus manos. Al verme se irguió, salió de la sombra de este lugar y empezó a acercarse hacia donde estaba yo. De repente se frenó, me miró como reconociendo algo en mí que le causó un pánico atávico, tras lo cual soltó al pajarraco, dio la vuelta y se puso a correr, perdiéndose en la sombra del depósito. Luego me desperté.
Los tambores reanudaron su batir luego de un largo rato de estar en silencio.
La humedad se había empezado a hacer notar. Todos temblábamos del frío.
- Se ve que estás muy obsesionado con los indios.- Me dijo Luis.
- Siempre sueño cosas parecidas – le respondí.
- Siempre sueño cosas parecidas – le respondí.
- Qué fenómenos estos de la murga ¿eh? Son casi las cuatro y todavía le siguen dando – apreció Laucha.
- Igual que nosotros – reconoció Santiago.
- No sé si es la murga – dije – Nunca suenan así. Tampoco se escuchan las voces de los chabones.
Pero a esa hora y con ese sonido… qué más podía ser…
- A vos, Violeta, te había tocado estudiar la maldición que dejaron escrita los indios borogas – le recordó Inés.
- A vos, Violeta, te había tocado estudiar la maldición que dejaron escrita los indios borogas – le recordó Inés.
- Era una invocación – le respondió. – Y si… todavía creo que me la acuerdo.
- No… ¿de veras? – dijo Alejandro- ¡Decila!
El cigarro loco se había vuelto a hacer presente, aunque sólo éramos tres sus allegados. Luego de fumar tomé la guitarra. Con la primer sílaba que emitió Viole comencé a enhebrar una melodía profunda y melancólica, guiado por el ensamble de tambores de fondo.
Todavía hoy llevo frescas sus palabras en mi cabeza, a tal punto de no poder evitar recorrerlas una y otra vez cuando me encuentro solo. Dios quiera que algún día las olvide.
"Vuela" – comenzó a decir Violeta.
"Vuela" – comenzó a decir Violeta.
"Vuela ñancu, pecho blanco,
a encontrar a tus hermanas,
en las cuatro direcciones
sagradas…
Busca al eterno, impasible
cóndor de la alta montaña,
busca a la altiva y nevada
arpía de la Guarania. "
Los tambores continuaban su inquietante batifondo, soportando la tormenta.
"Busca a tu hermana morena,
el águila de las pampas…
y sobrevuelen mis montes,
traigan memoria en sus alas,
para mantener el fuego
en esta tierra vaciada…"
Todos nos encontrábamos presos de la densidad musical de sus palabras. Lo dijo una vez. Luego lo repitió más lentamente, con una intensidad dramática de la que no pensé fuera capaz. No sé ni nunca sabré qué la llevó a generar semejante profundidad en lo que decía.
Todos nos encontrábamos presos de la densidad musical de sus palabras.
De repente, antes de que finalizara la repetición, un golpe resonó violentamente en el fondo del depósito, justo en el extremo desde el cual llegaba la orquesta de tambores.
- ¡Eh! se están pasando los de la murga – soltó Lourdes.
- ¡Eh! se están pasando los de la murga – soltó Lourdes.
Luego algo percutió el piso sobre el cual estábamos sentados, trayendo consigo un inequívoco temblor.
Nos miramos, desconcertados.
Yo dejé de tocar la guitarra, y entones pude escuchar más fielmente un extraño y agudo sonido que parecía provenir de afuera, del mismo patio.
Permanecimos inactivos, quietos y en silencio durante diez segundos, al cabo de los cuales resonaron otros tres golpes intensos en el suelo. Me paré, sin saber qué hacer. Volví a escuchar el indefinible sonido del patio. Me moví, abrí la puerta, con miedo, y lo volví a escuchar. Venía de arriba. Salí al patio castigado por la lluvia, y entonces al mirar hacia arriba pude ver un enorme y grotesco pajarraco parado sobre el borde del techo del depósito. El sonido era su graznido. Al verme graznó aún más fuerte, agitó sus largas y negras alas y se arrojó hacia donde estaba yo, pretendiendo embestirme. Rápidamente e impulsado por el pánico me arrojé hacia el interior del depósito.
¿Qué pasó? ¿Qué viste? – me gritó Lourdes.
¿Qué pasó? ¿Qué viste? – me gritó Lourdes.
¡UN PÁJARO! ¡un pájaro!
¿Dónde?
Ahí! ¡Ahí! – Y al darme vuelta para intentar cerrar la puerta comprobé que el violento animal no había descendido lo suficiente como para que lo vieran. Cerré, con alivio, la puerta.
Ahí! ¡Ahí! – Y al darme vuelta para intentar cerrar la puerta comprobé que el violento animal no había descendido lo suficiente como para que lo vieran. Cerré, con alivio, la puerta.
Suerte que no lo vieron… era horrible – dije, intentando disimular los nervios.- ¿Y qué fueron esos ruidos?
Todos nos quedamos mirando, temerosos e intrigados, al extremo del cual habían llegado los primeros golpes. Esperamos. Cuando ya parecía que nuestra espera era en vano, algo embistió salvajemente la pared. Y lo volvió a hacer. Y otra vez. Y ahora el suelo. Algo volvió a hacer temblar el suelo desde abajo. Y el sonido necio de los tambores ofreciendo su golpe festivo y sectario. Qué estaba pasando. Todos sabíamos que esos choques no podían ser humanos. Había algo ahí, una gran fuerza de impacto queriendo atravesar el piso y la pared.
Otra vez. Y otra vez la pared. Y ahora el piso. Otra vez el piso. El miedo se había alojado en nuestras cabezas, agarrotándonos el cuerpo y desfigurando nuestro semblante. No sabíamos qué hacer ni qué decir. A medida que sentíamos los golpes algo fue quedando claro… debíamos salir de ahí. Así que Alejandro, que era el que estaba más próximo a la puerta, se dispuso a abrirla y enseguida me gritó: ¡La llave!
-¡Qué llave! – aullé- ¡En mi puta vida cerré esa puerta con llave!
-¡Qué llave! – aullé- ¡En mi puta vida cerré esa puerta con llave!
Todos me miraron, sin querer creerme.
¡Pero está cerrada! – gritó Alejandro.
¡Pero está cerrada! – gritó Alejandro.
Sí, Lorenzo, la cerraste vos después de ver al pájaro. – Soltó Luis.
¿Cómo te lo tengo que decir? – repliqué, mirándolo con una mezcla de angustia y cólera.
Resonaron otros dos golpes socavados en el suelo, tras los cuales mis piernas empezaron a temblar.
Permitime – le dije.- Me abrí paso y me arrojé contra la puerta, sacudiendo con rabia el picaporte. Y nada.
Permitime – le dije.- Me abrí paso y me arrojé contra la puerta, sacudiendo con rabia el picaporte. Y nada.
Está cerrada. – murmuré. Solté una mirada de pánico y recorrí una por una las caras agraviadas de mis compañeros.
Sonó otro golpe intenso en la pared, tras el cual la maldita batucada comenzó a orquestar un ritmo más lento y disonante.
- Es una joda ¿no?- soltó Violeta.
- Si si, es una joda, dale Lore. Caímos. – La acompañó Alejandro.
- Si si, es una joda, dale Lore. Caímos. – La acompañó Alejandro.
- Dale, ya está Lore. Ya fue. Muy gracioso ¿eh?
Los miré con una distancia como nunca antes los había visto.
- ¿Qué joda? – argumenté.- Se están equivocando.
- ¿Qué joda? – argumenté.- Se están equivocando.
- Dale Lorenzo, ya fue. Abrinos la puerta ¿querés?
- Dale, ya aguantamos bastante. La batucada, los ruidos, el pájaro, el día que nos hiciste venir. Dale dale, falta que aparezca un indio ahora, jaja.- Se desquitó Lourdes.
Otro golpe sacudió con violencia el suelo del depósito.
- No les estoy haciendo ninguna broma. –dije en un susurro trémulo. Yo tampoco sé qué está pasando acá. Díganme ustedes.
Los miré y sentí en ellos una distancia, un desarraigo… en ese momento supe que ya no podría esperar contemplación ni credulidad algunas. Ya no contaba con ellos.
Sus gestos me dieron a entenderlo. Desvié la mirada hacia el piso con impotencia y con angustia, viendo sólo el polvo iluminado por los fluorescentes... y esas sombras de decepción... Además del miedo, debía soportar ese peso injusto y equivocado.
Me hice a un lado y les dije: - Piensen lo que quieran.
Para esta altura más o menos se desató una seguidilla de golpes de menor intensidad que repicaron en distintos puntos del piso. Era como si alguien o algo estuviera buscando el punto más vulnerable del suelo para romperlo definitivamente. Un viento fuerte se había levantado y sacudía con fuerza el techo de chapa del depósito.
Frente a este continuo de sucesos extraños y malogrados, Santiago no pudo soportar más, y recurriendo a nuestra única opción, embistió, con todo impulso, la puerta. Una vez, dos veces, tres… y a la cuarta finalmente logró falsear la cerradura. Aún seguía lloviendo, torrencialmente.
Salió al patio, lo acompañaron los demás. Abrió la otra puerta, que da al sector de atención al público, y todos lo seguimos. Una vez a resguardo…
- Bueno, no sé qué es lo que hay ahí, pero nos vamos ¿no? – dijo Violeta con voz temblorosa. Todavía se sentía el temblor de los golpes que sacudían la superficie del depósito.
- Bueno, no sé qué es lo que hay ahí, pero nos vamos ¿no? – dijo Violeta con voz temblorosa. Todavía se sentía el temblor de los golpes que sacudían la superficie del depósito.
Les dije:
- Nadie se anima a resolver el misterio. Nadie se queda ¿eh?
- Qué misterio… una joda de mal gusto la tuya, la verdad - me dijo Lourdes, enfrentándome.
- Si, fue cualquiera… Dale, vamos.
- Pero esperen – me apresuré- ¿no les cierra algo de todo lo que pasa? Los indios borogas, el día de la matanza que es hoy, la invocación que recitó Vilma… ni hablar del pajarraco que apareció ahí arriba, que era similar, ahora que pienso, al que tenía el indio en mi sueño.
- Pero esperen – me apresuré- ¿no les cierra algo de todo lo que pasa? Los indios borogas, el día de la matanza que es hoy, la invocación que recitó Vilma… ni hablar del pajarraco que apareció ahí arriba, que era similar, ahora que pienso, al que tenía el indio en mi sueño.
- Si si si… vos seguí soñando con los indios, estando acá solo, que así vas a quedar- soltó Alejandro.
Nadie te dice que no investigues, Lorenzo. Atá todos los cabos que puedas. Pero a nosotros no nos vas a engañar ¿sabés?- soltó Luis - Le pagaste a algún negro para que golpeara con una pala.
Los miré con una mezcla de odio y decepción.
Fui hasta la puerta, tomé las llaves de mi bolsillo, la abrí de par en par y cuando ya estaban saliendo les dije un verso mío que recordé en ese momento:
"No, no se alejen del foco. Para algo están los espejos. Mírense bien el reflejo y piensen un poco."
Me despedí con un simple chau y cerré la puerta con ganas de llorar. Ya ni me preocupé por los ruidos que pudiera haber aún, ni por la posibilidad de una presencia desconocida en el lugar. Simplemente agarré mis cosas velozmente por el miedo que aún tenía encima, apagué las luces y me fui rumbo a mi casa. Lo que sentí durante ese otro día no fue sino una pura y cruda decepción. Hasta el día de hoy lo único que puedo hacer para mantenerla a raya es escribir, dibujar esta maldita y burda historia con lujo de detalles. De ese modo saco fuera de mí lo tonto, lamentable y misterioso del caso.
Volví días después al depósito, y encontré allí una caja con artesanías indígenas volcada, caída de su estantería, además de un agujero pronunciado en el piso. Emanaba de él un olor pestilente, de manera que lo tapé inmediatamente ubicando encima de él una caja de materiales. No sé con rigor qué o quién pudo haberlo hecho, pero tengo mis sospechas…
Después de esa noche grotesca y confusa que tuvo lugar hace algunos meses, no volví a ver a mis atemorizados compañeros, y ninguno de ellos me ha dado el pie para nuevos encuentros o conversaciones. Conste que yo permanezco acá siempre que puedo, algo tenso y azorado aunque fiel a mis objetivos, atento a una posible llamada en la vidriera semiiluminada, soñando despierto con el secreto que revelan los desatinados tambores. Y un escalofrío me recorre el pecho siempre que creo escuchar un ruido en el fondo del patio que mira hacia las torres; conste que corro al depósito, prendo las luces y espero… pero nunca nada confirma mis temores.
Nunca he vuelto a mirar del mismo modo a mi abuelo, que me mira como sabiendo lo que ocurrió en aquél fondo. Y a propósito repito su frase cómica y sincera, ese preludio que anticipa el misterio ya antes de verlo grabado en polvo… "que no está muerto lo que yace en el depósito".
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El mejor de los perfumes (Cuento, texto completo, protegido por derechos de autor.
Escrito y registrado en SADE en 9/2011)
Fue cosa de una noche.
Había llovido, y las avenidas todavía
estaban empapadas. Había humedad, pero no
dejaba de hacer calor. El charco de la razón como siempre ahí para
fastidiarme. Me fijé
de no ser otra vez el tonto descuidado que por ir pensando metiera
la pata, ya que ahora
tenía un traje nuevo. Había esperanza a pesar de los problemas, y más que nunca se sentía en
tenía un traje nuevo. Había esperanza a pesar de los problemas, y más que nunca se sentía en
el ambiente el fervor nocturno, la necesidad de soltarse más de lo
habitual.
Siguiendo el envión me encontré con aquél
cartel: “Entrada al baile de las luces”.
Era en la planta baja de una de las torres municipales. Yo en la
vida había entrado,
pero supuse que habría buenos tragos y algunas compañías.
Sentí el vértigo del recién llegado.
Muchas caras y sensaciones encontradas.
“Seguí el envión” me dijo alguien en un susurro, y terminé siendo
una de las tantas
siluetas desconocidas.
El aire era una mezcla de humo y esencias,
pero para nada desagradable. La
música era lenta y absorvente. Todavía sentía que algo me ataba al
exterior: un deber sin
hacer, un mandato postergado; pero me interné lo más que pude en
el ambiente y dejé
que el resto esperara afuera. No iba a olvidar aquél consejo:
“seguir el envión”, y
tampoco el intenso aroma que sentí al escucharlo.
Enseguida fijé mi atención en el curioso
arreglo de luces que acompañaba a la
música. Eran sutiles espasmos de colores diversos que se
proyectaban sobre un fondo
azul oscuro. El efecto era discordante, pero aún así estético y
acogedor, y en ningún
momento los resplandores encandilaban, o aturdían las vibraciones.
Imaginé que beber
y permanecer algunas horas allí casi podría resultar una
experiencia hipnótica.
Antes de que me dispusiera a recorrer el
lugar un mozo se acercó, bandeja en
mano, y con una sonrisa me dijo: “Para empezar”, mientras me daba
una de aquellas copas.
Luego me dijo con cierta complicidad:
- - La
ha sentido ¿no es verdad?
- - Ah
sí… - le respondí, sin saber a qué se refería en realidad.
Sonrió, y apenas pareció distraerse con algo del entorno concluyó:
- - Disfrute
de su copa.
- - ¿Qué
es lo siguiente? – intenté preguntar. Y cuando pareció que no iba a responder,
dejó escuchar:
- - No
piense en lo siguiente.
Bebí, y con el primer trago encontré un
delicioso aroma que me recordó al de
quien me había dado aquel consejo al entrar. Tenía un gusto
interesante, pero no supe
adivinar qué era. A partir de ahí, todo lo que hice fue seguir el envión.
La música se había tornado más viva, y
casi invitaba a bailar. Ya acostumbrado a
la atmósfera del lugar, empecé con más detenimiento a fijar la
vista en lo que me
rodeaba. Y noté entonces algo que me sorprendió: una sensible
sincronía entre los
movimientos y las actitudes de todos los que estábamos ahí. Sin
duda es algo común en
lugares de esa naturaleza… “una continuidad entre el sonido y el
estado de ánimo de los
presentes” imaginé, pero era la primera vez que yo lo sentía de un
modo tan verídico.
En ese momento entendí, en parte, el por qué
de las aglomeraciones en sitios
pequeños con música fuerte y atmósferas viciadas; algo que nunca
me agradó ni me
agradará demasiado.
El trago había hecho un efecto positivo en
mí, y me hallaba algo más alegre. Me
escurrí por entre la gente buscando otra posición, y mientras lo
hacía vi a la que era
probablemente la figura más venerable de aquel lugar. Estaba
apoyada contra una pared
en una posición claramente sugerente. Esa misma pared daba origen
a una escalera
circular que conducía al piso de arriba, de modo que ella estaba
justo al principio de la
escalera. Me quedé observándola un rato desde el punto más oscuro
que encontré en la sala.
Volví a ver al mozo con su bandeja y no
pude evitar decirle:
- - Eh
¿Tiene otra? – De inmediato se acercó y me obsequió la última.
- - Gracias.
¿Qué es exactamente?
- - Es
el cóctel de los sentidos – me dijo, con la misma divertida complicidad.
- - Ahora
entiende ¿eh? Jaja. Yo sé, yo sé que la ha sentido. ¡Ajajajaa! Es toda suya.
Esbozé una risa y no dije mucho más porque
aquello me dejó pensando. No
entendí en el momento lo que había querido decirme con “La ha
sentido”. Pensé que me
estaría gastando.
Pero rápidamente ahogué la duda y volví a
concentrarme en la dama de la
escalera. La semioscuridad y las luces interrumpidas no me
permitían ver su rostro,
aunque de cierta manera supe que ella también me miraba. Mejoré un
poco mi postura,
caminé algunos pasos y me dije: “Será cosa de una noche”. Me
acerqué lentamente y no
pude evitar dirigir mi mirada hacia la escalera. Me desvié un
poco, a tal punto de pensar
en subir por ella. Pero no… antes había que lucirse.
Llegué hasta la dama y le hablé:
- - Bonita
fiesta ¿eh? ¿Probaste el cóctel?
Movió apenas la cabeza y se quedó como examinándome.
- Sí
– me dijo.
Sentí
de repente el inconfundible aroma que ya antes me había cautivado.
- Esa fragancia – le dije, y comencé a sentirla con gran intensidad en ese
lugar.- ¿De dónde viene?
Admito que a partir de ahí quedé como atrapado. Ese olor suyo tan particular… esa fragancia
despertaba en mí un deseo muy intenso y casi desconocido. Me había sobrevenido una forma
distinta de ansiedad, y lo único que sabía era que la quería a ella, y que necesitaba subir
cuanto antes aquella escalera.
Ahora ella miraba hacia otra parte. Lo único que supe decirle fue “disculpá, voy al baño”.
Por lo menos así podría volver. Me alejé entonces lo más lentamente posible, resistiéndome
a la estúpida tentación de subir la escalera. Me fui pensando, y esta vez sabía que no podría
parar de hacerlo. “¿Por qué todas estas emociones? ¿Y por qué tan de golpe?” Y recuerdo que,
mientras, resonaba en el lugar aquella clásica canción ‘I’m going crazy’.
Una vez en el baño intenté tranquilizarme, pero no hice más que encontrarme con la madeja de
preocupaciones que había dejado afuera. Habían estado ahí todo este tiempo, esperando.
- Jaja… yo sabía que lo atraparía.
- ¿Así? Sos muy activa entonces.
muro, así gano espacio y entendió sus ramificaciones a lo largo de mí. Parecía que
usaba su aliento queriendo sedarme, puesto que mantenía su boca tan cerca de la mía... Recuerdo la
suavidad de su cuello, aunque no conservo fieles detalles del hecho en sí debido al estado al que, cual si
fuera una droga, esa mujer me había inducido.
Sé que nuestros cuerpos se separaron, luego de que esa conexión extransensorial llegara a su punto
cúlmine, y nuestras caras pudieron verse nuevamente de frente, ya desde una cierta distancia. Tanto
nuestras manos como nuestras respiraciones dejaron de hacer contacto. Ella sonrió y dijo "Te gustó?"
acercó de nuevo su cara pero esta vez a mi oído y declaró "eso es amor en una forma que ninguna haría".
De nuevo el vértigo profundo acalambró mi corazón.
"Amor a morir" fue lo único que pude susurrar. Aún me encontraba completamente sedado por
la intensa emoción que me producía su presencia.
A partir de ahí sobrevino la inercia. Una clara sensación de estar moviéndome hacia adelante cuando
en realidad me encontraba quieto; quizás debido al efecto de la mujer y su perfume fue que experimenté
esta alucinación de carácter motriz.
Realmente sentía que mi cuerpo seguía de largo cuando estaba simplemente parado. Y en ese envión
había un mandato suyo, ese deseo de seguir subiendo por la escalera, ese acento irrefrenable que nos
sustraía hacia arriba y no nos dejaba en paz.
Ella sabía de qué se trataba, a diferencia de mí, convencido como estaba de que todo lo sucedido era
su obrar. Había logrado que todas mis ideas llegaran a encontrarse con ella y que incluso mi cuerpo
se sintiera empujado hacia donde estaba. Yo había llegado a percibirla como un centro de equilibrio,
como el principio y el fin de todas las cosas. Ese envión surgido de su fragancia realmente nos
abducía, tanto a mí como a mis ideas y mis movimientos, con los que no podía oponer resistencia.
Su presencia llevaba a sentirme al borde, así que me mantuve en esa ascendencia, y dejé de
prestarle atención a lo que quería intimidarme. Cada inspiración suya producía un golpe de
sensaciones en mi interior. La esencia que ella exhalaba terminó por enamorarnos.
- Esa fragancia – le dije, y comencé a sentirla con gran intensidad en ese
lugar.- ¿De dónde viene?
- - ¿Te
gusta? – me dijo – Es mi leit motiv.
- - Así
que es tuya.
- - Sí.
– Cambió de posición y se alejó casi imperceptiblemente. Luego infirió:
- - Has
seguido mi consejo.
- - ¿Cuál?
– y recordé…
- - El
de hoy al entrar.
- - Ah…
fuiste vos.
Asintió levemente.
- - Claro…
si era la misma fragancia – murmuré.
- - ¿Qué?
- - Que
me sirvió de mucho. No soy muy adicto a estos lugares y… ya ves…
Ahora ella esperó, y pareció perder interés en mí.
- - Todos
somos adictos a algo – Dijo por fin. Y haciendo el ademán como de
espantar una mosca, me sugirió:
- El secreto es fluir. Dejarse llevar.
- El secreto es fluir. Dejarse llevar.
Admito que a partir de ahí quedé como atrapado. Ese olor suyo tan particular… esa fragancia
despertaba en mí un deseo muy intenso y casi desconocido. Me había sobrevenido una forma
distinta de ansiedad, y lo único que sabía era que la quería a ella, y que necesitaba subir
cuanto antes aquella escalera.
Ahora ella miraba hacia otra parte. Lo único que supe decirle fue “disculpá, voy al baño”.
Por lo menos así podría volver. Me alejé entonces lo más lentamente posible, resistiéndome
a la estúpida tentación de subir la escalera. Me fui pensando, y esta vez sabía que no podría
parar de hacerlo. “¿Por qué todas estas emociones? ¿Y por qué tan de golpe?” Y recuerdo que,
mientras, resonaba en el lugar aquella clásica canción ‘I’m going crazy’.
Una vez en el baño intenté tranquilizarme, pero no hice más que encontrarme con la madeja de
preocupaciones que había dejado afuera. Habían estado ahí todo este tiempo, esperando.
Noté que una brisa excesivamente fría se
colaba por una pequeña
ventana cerca del techo. Vi que el encargado de limpieza estaba
allí, y antes de salir le dije:
- - Habría
que cerrarla, ¿no?
Esperó, y sin impacientarse me sugirió:
- - Ciérrela.
- - No
sé cómo. Usted es el encargado.
- - Ciérrela,
si es que a usted le molesta el aire frío. Hay que saber poner fin a lo
que a uno le molesta.
Me limité a no responderle. Quizás tuviera razón.
Mientras me lavaba las manos, el sujeto se acercó y me dijo:
- - Vamos
amigo ¿Por qué esa cara?
- - Nada…
preocupaciones.
- - Un
caballero, elegante como usted, no debería tenerlas. ¡Vamos! sepa
divertirse ¿Para qué cree que ha venido toda esta gente hoy aquí?
- - Si,
le entiendo. Pero hay problemas, cosas que no respetan ningún tipo de
diversión.
- - Ahh…
ellos se la pierden. Escuche mi amigo: se vive mal en las grandes
ciudades. Sí. Estamos en crisis, y habrá crisis peores. Sí. Pero
no. No podemos
permanecer alineados al esquema de malestares que nos han
preparado. Somos
parte de esta torta y debemos cuidar que no nos coman.
- - Jaja,
es verdad. No vale la pena alienarse. En fín…
- - Y
recuerde: deje afuera lo que es de afuera. O simplemente corra la cabeza, no
pretenda estar tan lúcido tampoco.
Me dio un par de palmadas en la espalda, husmeó el aire
como extrañado. Cuando
ya me
disponía a abrir la puerta me dijo:
- - A
usted también lo ha invitado ¿no?
- - ¿Quién?
- - La
dama de la escalera.
- - Mm
no exactamente – le respondí algo sorprendido – Yo la he buscado.
- - Si…
pero créame – insistió – Ella es la que invita. Ella siempre invita.
Sin más palabra saludé al sujeto con un
gesto, y al mirarlo encontré en su cara esa
expresión de absurda complicidad que me recordó a la del mozo.
“Yo sé, yo sé que la ha sentido”.
Lo interesante es que nuevamente había
logrado evadir a la razón, y ahora estaba
decidido a volver con aquella mujer. Volvería a sentir su aroma,
su leit motiv.
Me moví por aquella atmósfera azul de
cuerpos bailando, buscándola con la
mirada. Ahí nada estaba quieto, era un ambiente estupendo.
Ahora la vi sentada en el cuarto escalón
de su escalera. Me asombró no ver ningún
otro caballero cortejándola; y entonces volví a recordar las
palabras del mozo
“Es toda suya”
Me acerqué, y ella siguió lentamente mis
pasos con la cabeza. No había baranda,
de modo que llegué a su lado y me agaché para poder hablarle:
- - ¿Estás
cansada?
Negó con un movimiento.
- - No
estás borracho – me dijo.
- - Mm
no suelo emborracharme. Fui al baño, como te dije. Me entretuve
hablando con el encargado.
- - Sí,
si. – Suspiró - Todos se escapan al principio.
No supe qué decir. Me reí.
Volvió a suspirar, y yo volví a sentir la
densa y dulce fragancia. Afiló un poco lo
sugestivo de su postura, apoyó su mano en mi hombro derecho y se
acercó para decirme al oído:
- - Esta
es noche de locos. ¿Qué pensás hacer?
Le respondí:
- - Los
locos no piensan.
Sonrió, me extendió su otra mano, y yo la
tomé. Estábamos justo de frente, y le dije:
- Pero de momento me gustaría verte el
rostro.
Lo cierto es que en todo aquel rato, fuera
por la sombra de su cabello o por la
oscuridad, no había visto más que la expresión de sus
labios.
- Vení – me dijo – Subamos la
escalera.
Sentí un vértigo profundo al escucharla.
Me enderecé, y entonces vi que tenía al
mozo de espaldas junto a mí, riendo con otros sujetos. Pero lo
distraje al pararme, y al
verme en mi situación, me susurró:
- - Ah…
es la locura ¿verdad?
- - Sí,
linda mujer.
- Jaja… yo sabía que lo atraparía.
No podría haber faltado aquel tono de forzada e inconfundible
complicidad.
Ella ya estaba subiendo, así que me apuré y la alcancé casi
llegando al primer piso.
- - Vas
apurada ¿Qué hay acá?
- -
Lo mismo – me dijo- pero todos están un toque más sueltos. – Y con sólo dar una
ojeada constaté lo sorprendente y alucinante que puede llegar a
ser la sala de
espera de una aburrida torre municipal. Cómo hubiera querido
perderme en aquel
bodrio… Un resplandor rojo llenaba el ambiente, que era como
desgarrado por
espasmos violetas y azules en distintos puntos de la sala. La
música guiaba todos
estos cambios, con una intrigante línea de bajo, que actuaba de
somnífero o de
estimulante, no sabría decirlo.
Pero
antes de que quisiera acordar, la dama de la escalera seguía de largo.
- - ¡Hey!
- la invité, y me dijo:
- - No
es este el lugar. – Así que me esperó y yo me induje a su lado, tomándola
de la cintura.
- - Vendrás
a la vuelta – me infirió.- Debemos ir más arriba.
- ¿Debemos?
– le dije - ¿quién te obliga a hacerlo?
- - Dijiste
que querías verme la cara.
Me miró, y suspiré.
- - Ah.
Está bien. ¿Cuál es el último piso?
- - Mm depende… no podría ser muy
precisa. Varía con el tipo de acompañante.
Mm muchos se ponen locos por mí, y con ellos el viaje dura un
cierto tiempo; otros se ocultan en el vértigo de ellos mismos y
Mm muchos se ponen locos por mí, y con ellos el viaje dura un
cierto tiempo; otros se ocultan en el vértigo de ellos mismos y
así el ascenso se extiende
indefinidamente, hasta que salen de su
introspección.
introspección.
- ¿Así? Sos muy activa entonces.
- - Tengo
mis admiradores – Me dijo, sincerando el tono: - Mis… aspirantes.
- - Me
gusta acompañarte. Tengo mucho más para ofrecerte que desfilar en la
oscuridad. – Le dije.
La escalera estaba tenuemente iluminada por los tubos rojos de las
luces de emergencia.
Ahora el perfume se había vuelto a hacer notar, y provenía de
aquella dama que parecía
delirar.
- - Esa
esencia… -le señalé – la había notado antes, en el cóctel.
- - El
cóctel, el envión, yo… somos la misma cosa. Yo soy la diosa de los secretos.
Sentí de repente aquel vértigo profundo acalambrando mi corazón.
- - ¿Sí?
¿Cuál es tu… nombre?
- - Ninguna
– respondió.
- - ¿Ninguna?
– repetí.- Como quieras.
- - Ése
es mi nombre – Me informó – y te estoy invitando a conocerme.
En ese
trance habíamos subido algo de diez pisos cuando, corriendo al costado el
cabello,
mostró su cara.
Era el rostro más bonito que ninguna mujer
podría haber mostrado.
Así que la enfrenté serenamente con la
mirada hasta sentir su borde y medirlo con
los paisajes que yo conocía.
Sus ojos estaban encendidos, y había en el rostro una pizca de vanidad aunque hablara con dulzura.
Decía cosas inentendibles, cosas que quizás yo hubiera comprendido si no fuera por la severa impresión
que recibí al verla. Sentía que tenía que darle algo aunque no supe bien qué, y cuando intenté volver a
respirar profundo, ya sea para sentir su fragancia o para poder hablarle, fui atravesado por una brisa
gélida. Al acercarme un poco, al juntar aire para hablarle, mi cuerpo experimentó un frío que recorriendo
mi espalda llegó hasta mi cabeza, y me indujo inmediatamente a otro estado corporal. Como si la dama estuviera
ejerciendo un efecto en mí, sentí un cambio abrupto tanto en la temperatura del cuerpo como en mis
ideas, que se tornaron intensas, caóticas. Extendí mis manos por sus brazos hacia abajo hasta tocar sus
manos y ella, con los ojos fijos en mi pecho, me susurraba algo acerca del corazón. Que debía cuidarlo,
y que acercarme a ella demasiado podría dejarlo frío. Fue así que sin decir palabra me quedé viendo
su rostro de faz sombría y ojos llameantes, sintiendo el efecto sedante que esa mujer produce en
todo aquél que se anime a caminar a su lado escaleras arriba.
Sus ojos estaban encendidos, y había en el rostro una pizca de vanidad aunque hablara con dulzura.
Decía cosas inentendibles, cosas que quizás yo hubiera comprendido si no fuera por la severa impresión
que recibí al verla. Sentía que tenía que darle algo aunque no supe bien qué, y cuando intenté volver a
respirar profundo, ya sea para sentir su fragancia o para poder hablarle, fui atravesado por una brisa
gélida. Al acercarme un poco, al juntar aire para hablarle, mi cuerpo experimentó un frío que recorriendo
mi espalda llegó hasta mi cabeza, y me indujo inmediatamente a otro estado corporal. Como si la dama estuviera
ejerciendo un efecto en mí, sentí un cambio abrupto tanto en la temperatura del cuerpo como en mis
ideas, que se tornaron intensas, caóticas. Extendí mis manos por sus brazos hacia abajo hasta tocar sus
manos y ella, con los ojos fijos en mi pecho, me susurraba algo acerca del corazón. Que debía cuidarlo,
y que acercarme a ella demasiado podría dejarlo frío. Fue así que sin decir palabra me quedé viendo
su rostro de faz sombría y ojos llameantes, sintiendo el efecto sedante que esa mujer produce en
todo aquél que se anime a caminar a su lado escaleras arriba.
Recuerdo que en cierto momento llevó su mano hacia mi corazón y la
dejó allí un rato como
para comprobar que todavía latiera. Luego se aproximó hacia mi cuerpo y, adueñándoselo por completo,
se enredó alrededor de él en una forma que no podría explicar; cual si fuera una
planta y yo un para comprobar que todavía latiera. Luego se aproximó hacia mi cuerpo y, adueñándoselo por completo,
muro, así gano espacio y entendió sus ramificaciones a lo largo de mí. Parecía que
usaba su aliento queriendo sedarme, puesto que mantenía su boca tan cerca de la mía... Recuerdo la
suavidad de su cuello, aunque no conservo fieles detalles del hecho en sí debido al estado al que, cual si
fuera una droga, esa mujer me había inducido.
Sé que nuestros cuerpos se separaron, luego de que esa conexión extransensorial llegara a su punto
cúlmine, y nuestras caras pudieron verse nuevamente de frente, ya desde una cierta distancia. Tanto
nuestras manos como nuestras respiraciones dejaron de hacer contacto. Ella sonrió y dijo "Te gustó?"
acercó de nuevo su cara pero esta vez a mi oído y declaró "eso es amor en una forma que ninguna haría".
De nuevo el vértigo profundo acalambró mi corazón.
"Amor a morir" fue lo único que pude susurrar. Aún me encontraba completamente sedado por
la intensa emoción que me producía su presencia.
A partir de ahí sobrevino la inercia. Una clara sensación de estar moviéndome hacia adelante cuando
en realidad me encontraba quieto; quizás debido al efecto de la mujer y su perfume fue que experimenté
esta alucinación de carácter motriz.
Realmente sentía que mi cuerpo seguía de largo cuando estaba simplemente parado. Y en ese envión
había un mandato suyo, ese deseo de seguir subiendo por la escalera, ese acento irrefrenable que nos
sustraía hacia arriba y no nos dejaba en paz.
Ella sabía de qué se trataba, a diferencia de mí, convencido como estaba de que todo lo sucedido era
su obrar. Había logrado que todas mis ideas llegaran a encontrarse con ella y que incluso mi cuerpo
se sintiera empujado hacia donde estaba. Yo había llegado a percibirla como un centro de equilibrio,
como el principio y el fin de todas las cosas. Ese envión surgido de su fragancia realmente nos
abducía, tanto a mí como a mis ideas y mis movimientos, con los que no podía oponer resistencia.
Su presencia llevaba a sentirme al borde, así que me mantuve en esa ascendencia, y dejé de
prestarle atención a lo que quería intimidarme. Cada inspiración suya producía un golpe de
sensaciones en mi interior. La esencia que ella exhalaba terminó por enamorarnos.
Asedié aquél rostro con una aguda mirada, me acerqué y besé sus labios.
”¿Y qué puede venir ahora?” pensé “¿Adónde subiremos?”
Por inercia volví a recordar al mozo
“No piense en lo siguiente”
Era eso exactamente. Ahora y sólo ahora; vivía el momento en toda
su altura y a lo
largo de toda su impresión. De manera impensada, con sólo una
conciencia
inmediata de lo que ocurría. Y éramos dos, los amantes.
Recorriendo cada instante.
Llegado un punto, no pude evitar gritar:
"Ese perfume… ¡¡ese perfume!!"
La espléndida dama no pudo evitar reírse.
Me tomó
con sus manos del mentón y luego de suspirar como sólo ella sabía
hacerlo,
lanzó a mi cara una bocanada de esa esencia primaveral; el aliento
intemporal; el beso de su presencia intensa y virginal.
No sé ya qué decir. Luego de esto pierdo la posibilidad de
recordar más detalles.
Hay un tramo verdaderamente incierto de impresiones en mi memoria. Lo único
que puedo asegurar es que, casi ya en el final de nuestro
recorrido por la escalera
volví a experimentar aquella sensación de un deber irresuelto, de
una eterna deuda
impagable que no pude soportar, y tuve que correr escaleras abajo hacia la calle,
olvidando ahí a la misteriosa mujer. Una parte de mí quedó arriba, acompañándola.
Pero todo el resto de mi ser bajó como demente con causa concentrándose únicamente
en no resbalar. Y al llegar a la planta baja recuerdo haber escuchado al de limpieza
olvidando ahí a la misteriosa mujer. Una parte de mí quedó arriba, acompañándola.
Pero todo el resto de mi ser bajó como demente con causa concentrándose únicamente
en no resbalar. Y al llegar a la planta baja recuerdo haber escuchado al de limpieza
vociferar:
- - ¡Eh amigo!
¿Qué hacía ahí todavía?
- - ¡¿Qué cree
usted?! – alcancé a gritarle.
- - Ha
seguido el consejo ¿eh? jeje ¡Pero se ha relajado demasiado!
Vi que la sala ya estaba vacía y la puerta
todavía abierta, así que seguí el impulso
de las escaleras. De todos modos ya no pude perderme demasiado.
Volví a mi departamento esa noche, hace ya
tres años, sin saber cuál era esa
responsabilidad que había succionado mi voluntad de manera tan
insistente y
preocupante como para hacer que huyera. Es el día de hoy que no lo he descubierto.
Y he vuelto varias veces a la torre municipal, incluso en las altas horas, pero nunca
volví a ver el baile de las luces.
Y he vuelto varias veces a la torre municipal, incluso en las altas horas, pero nunca
volví a ver el baile de las luces.
Allí me han dicho que nunca se organizó una fiesta en la planta
baja, y que tal cosa
estaría prohibida en cualquier sector del edificio.
Los amigos y conocidos que escucharon mi
historia, algunos quizás me tomen por
mentiroso o por loco. Sólo los pocos que la conocen a fondo dieron crédito
cuando
les he dicho y mostrado que ¡tengo pruebas!
les he dicho y mostrado que ¡tengo pruebas!
Como dije, fue cosa de una noche. Y desde
esa noche no he vuelto a usar el traje
que había estrenado, y que aún conservo, por un solo motivo: en
las solapas del cuello y
en los hombros todavía puede olerse aquella fragancia de
ascendencias tan dulces, aquel
aroma tan intenso y visceral, ese aliento de ninguna que es, sin
duda alguna, el mejor de
los perfumes.
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